Tienen por cierto los lugareños que el castillo menor de la Tajadera lo edificó un encantador en el lugar que ocupaba la guarida de un dragón. Nadie sabrá nunca la historia real, y en el mismo solar se erigió posteriormente el Castillo mayor, cuya traza se puede seguir hasta época romana. La planta es muy regular, y alguna de las torres exteriores no ha cambiado de aspecto en cerca de mil años.
El Castillo mayor lo edificó Don Enryque Velasco luego que el Rey le asignara la protección de la raya frente a los moros. Fue Don Enryque grand jugador de Axedrez, afición a la que dedicaban buena parte de su tiempo libre y hasta del que hobiesse debido dedicar a engrosar sus huestes, pues fue con motivo de la tregua pactada para celebrar un torneo de Axedrez que urdieron los moros la traición que le costó la vida.
En este castillo vivió con Doña Inés de Velasco, condesa de Almaciernes, de quien se habla brevemente en el Cantar de los tres Infantes de Covarre. Quiso la fortuna que durante las guerras almohades el castillo fuera asediado dos veces, la última con gran peligro para los defensores por la traición de que hablamos arriba, hasta el punto de que, superadas al asalto las defensas exteriores por la muchedumbre infiel vastamente superior en número, y viendo el curso de los acontecimientos, decidióse que las mujeres y los niños se refugiasen de la morisma en la capilla, por ser lugar más seguro, mientras durase la batalla.
Como quiera que el conde Don Enryque, alcanzado por tres saetas a la altura del esternón justo por encima del escudo, hubiese caído entre los enflaquecidos caballeros que defendían a la desesperada la puerta del templo, y los filisteos se aprestasen ya a profanar el santo lugar entre alaridos e invocaciones al profeta, arrebató Doña Inés de la mano de su esposo moribundo a Furiosa, la noble espada damasquinada, cuya empuñadura teñida en sangre tomó, y levantándola según dicen con energía sobre su figura femenil, sin prestar atención a la sangre que desde el filo bajaba destellando hacia su codo descubierto, gritó a las huestes desconcertadas que ya emprendían la desbandada:
“Deteneos, caballeros, por amor del Creador,
tengamos hoy más que nunca coraje y valor.
Aquí yace hecho pedazos vuestro señor en la guerra:
el mejor de entre vosotros, tirado en la tierra.
Pero quien hoy piense abandonar esta partida
se lamentará de juro el resto de su vida”.
Y diciendo esto descargó un mandoble sobre el yelmo de un moro enorme que se había acercado a ella mientras hablaba, hendiéndole el cráneo, con lo que los caballeros hobieron grand vergüenza de su anterior vacilación y volvieron a tomar las armas, y allí se trabó otra vez reñida batalla, en la que los christianos repelieron a los caldeos causándoles gran mortandad, y tantos brazos y piernas, tantos buenos caballos y mejores caballeros rodaron por tierra que se llamó aquel día “de la tajadera”, y de ahí le vino el nombre al castillo, aunque en la crónica de Don Illán de Barbate -el padre, porque el hijo murió como se sabe de las fiebres palúdicas en Tierra Santa- se habla de la Tajadora, en alusión a Doña Inés.
Y está la espada enterrada sobre el cuerpo del conde en una nave lateral de la capilla en el propio castillo, que diz que la usaba Doña Inés como cruz, e hincada de hinojos ante ella daba a todas horas devotamente gracias a Dios, a cuya divina misericordia humildemente nos encomendamos nosotros agora, per Christum Dominum nostrum, amen.